A
PROPÓSITO DEL TOTALITARISMO
Texto aparecido en La Nouvelle Revue d’histoire
(2004)
Texto aparecido en La Nouvelle Revue d’histoire
(2004)
Notable
cuadro descriptivo de las prácticas totalitarias del siglo XX, la
obra colectiva Une si longue nuit (Una noche tan larga) –publicada
bajo la dirección de Stéphane Courtois– permite zanjar
definitivamente ciertos puntos controvertidos, empezando por la
legitimidad política y moral que resulta de la comparación entre la
Alemania nazi y el comunismo soviético, y que llega a considerar
estos dos regímenes más allá de lo que los distingue como
representantes típicos de una forma política radicalmente nueva: el
totalitarismo.
Falta
por saber si el totalitarismo, en tanto producto innegable de la
modernidad, ligado en su práctica a la racionalidad
tecno-burocrática de las sociedades industriales, no tiene también
cierto parentesco con otras formas políticas modernas. George L.
Mosse pudo escribir que «Robespierre se habría sentido plenamente
en casa en una reunión nazi de masas». Algunos podrían establecer
también un paralelo entre el jacobinismo de 1793 y lo que Jacob
Talmon llamó la «democracia totalitaria». Jacques Julliard afirmó
por su parte: «El totalitarismo es, quizá, la democracia menos el
sistema liberal representativo». Propósito que parece inscribirse
en falso contra la alternativa contenida en el título de la
colección donde aparece esta obra: «Democracia o totalitarismo».
Pero
podríamos ir más lejos. Preguntarse acerca del totalitarismo exige,
en efecto, examinar la mentalidad que la sostiene, identificar la
naturaleza de sus aspiraciones. El fenómeno totalitario está
fechado históricamente; pero la mentalidad que lo hace posible viene
sin duda alguna de más lejos.
Los
regímenes totalitarios han masacrado a gran escala y de una manera
nunca antes vista. ¿Pero por qué lo hacen? Los amos de dichos
regímenes no masacran por placer –hay que recordarlo– pero no
sabemos por qué considerarían necesarias dichas masacres. No basta
con describir el crimen; hay que preguntarse por las motivaciones del
criminal.
Podríamos
evocar aquí temas como la absolutización de la subjetividad («sólo
me interesan los míos, los demás hombres son demasiados»), el
deseo titánico o mesiánico de crear un «hombre nuevo» –deseo
acorde con la exaltación del novum propio de la ideología del
progreso– o incluso el tema del tercero excluido, que consiste en
considerar al mundo dividido en dos campos en donde uno debe
desaparecer («quien no está conmigo está contra mí»).
Pero
el corazón del totalitarismo está en otra parte. Lo que los
regímenes totalitarios buscan cuando quieren erradicar al «enemigo
de clase» o «de raza», no es solamente suprimir cualquier
oposición. Es alinear el conjunto del cuerpo social en un modelo
único que se presume como el mejor. Es en el fondo la pasión de lo
Mismo, la voluntad de reducir a lo único cualquier diversidad
humana, cualquier complejidad de lo social, lo que los hace suprimir
cualquier diferencia, cualquier desviación, cualquier pluralidad.
Para definir esta voluntad por uniformar podríamos aludir a la
ideología de lo Mismo y trazar su genealogía. Hace mucho, esto se
limitaba a establecer que los hombres –más allá de lo que los
distinguía en su existencia concreta– eran portadores de un alma
que los ponía en una relación de igualdad ante Dios. Pero en la era
moderna esta idea fue rebajada a la esfera profana. A la idea de que
todos los hombres son fundamentalmente los mismos se suma la
convicción de que también lo debían ser aquí abajo, al precio de
suprimir las diferencias. En suma, se trata de hacer siempre a los
hombres más semejantes. Es lo que los regímenes totalitarios han
intentado hacer sólo que con mayor brutalidad.
Si
admitimos que esta pasión por lo Mismo está en el corazón del
totalitarismo, entonces las formas que asume se vuelven secundarias.
Si definimos al totalitarismo no por sus prácticas ni por sus
métodos, sino por su intención y su finalidad, se nos revela otra
visión. Y nos conduciría a responder sin optimismo la cuestión que
plantea Courtois: «Sólo el futuro dirá si el fenómeno totalitario
no ha sido más que un paréntesis en el corazón del siglo XX, o si
sigue su curso bajo una forma nueva en el siglo XXI».
Así,
la ideología de lo Mismo más que nunca se encuentra en marcha. El
irresistible movimiento de globalización, de esencia tecno-económica
y financiera, cada día tiende más a desarraigar a los pueblos y las
culturas, a las identidades colectivas y los modos de vida
diferenciados. Los poderes públicos disponen además, hoy día, de
medios de control que los antiguos regímenes totalitarios apenas
pudieron soñar. ¿No sería posible llegar con suavidad, e incluso
con el consentimiento de las víctimas, al estado de uniformidad que
los sistemas totalitarios intentaron instaurar mediante la violencia?
Tocqueville y Nietzsche, en registros muy diferentes, parecen haber
previsto esto. El planeta transformado en un inmenso mercado
homogéneo, una sociedad de vigilancia que poco a poco impone su
designio: la «nueva forma» del totalitarismo no puede ser otra más
que ésta.
Alain
de Benoist
Traducción
de José Antonio Hernández García
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